sábado, 19 de abril de 2014

RESURRECCION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, RELATADA POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH




La Resurrección

Cuando se acabó el sábado, Juan fue con las santas mujeres, las consoló. Pero no podía contener sus propias lágrimas por lo que se quedó con ellas solo un corto espacio de tiempo. Entonces, Pedro y Santiago el menor fueron también a verlas con el mismo propósito de confortarlas. Ellas prosiguieron con su pena después de que ellos se fueran.
Vi el alma de Nuestro Señor entre dos ángeles ataviados de guerreros; era luminosa, resplandeciente como el sol del mediodía, la vi atravesar la piedra y unirse con el Sagrado Cuerpo. Vi moverse sus miembros, y el Cuerpo del Señor, unido con su alma y con su divinidad, salir de su mortaja brillante de luz. En ese mismo instante me pareció que una forma monstruosa, con cola de serpiente y una cola de dragón salía de la tierra debajo de la peña, y que se levantaba contra Jesús. Creo que también tenía una cabeza humana. Vi que en la mano del Resucitado ondeaba un estandarte. Jesús pisó la cabeza del dragón y pegó tres golpes en la cola con el palo de su bandera. Desapareció primero el cuerpo, después la cabeza del dragón y quedó solo la cabeza humana. Yo había visto muchas veces esta misma visión antes de la Resurrección y una serpiente igual a la que estaba emboscada en la concepción de Jesús. Me recordó también la serpiente del paraíso, pero esta todavía era más horrorosa. Creo que era una alegoría de la profecía: "El hijo de la mujer romperá la cabeza de la serpiente", y me pareció un símbolo de la victoria sobre la muerte, pues cuando Nuestro Señor aplastó la cabeza del dragón, ya no vi el sepulcro.
Jesús resplandeciente, se elevó por medio de la peña. La tierra tembló. Uno de los ángeles guerreros, se precipitó del cielo al sepulcro como un rayo, apartó la piedra que cubría la entrada y se sentó sobre ella. Los soldados cayeron como muertos y permanecieron en el suelo sin dar señales de vida. Casio, viendo la luz brillar en el sepulcro se acercó, tocó los lienzos vacíos y se fue con la intención de anunciar a Pilato lo sucedido. Sin embargo aguardó un poco porque había sentido el terremoto y había visto al ángel apartar la piedra a un lado y el sepulcro vacío. Mas no había visto a Jesús.
Mientras la Santísima Virgen oraba interiormente llena de un ardiente deseo de ver a Jesús, un ángel vino a decirle que fuera a la pequeña puerta de Nicodemo, porque Nuestro Señor estaba cerca. El corazón de María se inundó de gozo; se envolvió en su manto y se fue, dejando allí alas santas mujeres sin decir nada a nadie. Le vi encaminarse deprisa hacia la pequeña puerta de la ciudad por donde había entrado con sus compañeras al volver del sepulcro. Caminaba con pasos apresurados, cuando la vi detenerse de pronto en un sitio solitario. Miró a lo alto de la muralla de la ciudad y el alma de Nuestro Señor, resplandeciente, bajó hasta su Madre acompañada de una multitud de almas y patriarcas. Jesús, volviéndose hacia ellos dijo: "He aquí a María, he aquí a mi Madre". Pareció darle un beso y luego desapareció.
En el mismo instante en que un ángel entraba en el sepulcro y la tierra temblaba vi a Nuestro Señor resucitado apareciéndose a su Madre en el Calvario; estaba hermoso y radiante. Su vestido que parecía una copa, flotaba tras Él, era de un blanco azulado, como el humo visto a la luz del sol. Sus heridas resplandecían, y se podían ver a través de los agujeros de las manos.Rayos luminosos salían de las puntas de sus dedos. Las almas de los patriarcas se inclinaron ante la Madre de Jesús. El Salvador mostró sus heridas a su Madre, que se posternó para besar sus pies, mas Él la levantó y desapareció. Se veían luces de antorchas a lo lejos cerca del sepulcro, y el horizonte se esclarecía hacia el oriente, encima de Jerusalen.
La Santa Virgen cayó de rodillas y besó el lugar donde había aparecido su Hijo. Debían ser las nueve de la noche.  Sus rodillas y sus pies quedaron marcados sobre la piedra. La visión que había tenido la había llenado de un gozo indecible. Y regresó confortada junto a las santas mujeres, a quienes halló ocupadas en preparar ungüentos y perfumes. No les dijo lo que había visto, pero sus fuerzas se habían renovado, consoló a las demás y las fortaleció en su fe

La Santa Virgen se unió a la preparación de los bálsamos que las santas mujeres habían empezado a elaborar en su ausencia. La intención de ellas era ir al sepulcro antes del amanecer del día siguiente, y verter esos perfumes en el Cuerpo de nuestro Señor.





EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH- DECIMO CUARTA ESTACION



DECIMO CUARTA ESTACION: JESUS ES SEPULTADO.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.
 
Los hombres pusieron el sagrado Cuerpo sobre unas parihuelas de cuero, tapadas con un cobertor oscuro. Nicodemus y José llevaban sobre sus hombros los palos de delante y Abenadar y Juan los de atrás. En seguida venían la Virgen, Magdalena, y María Cleofás, después las mujeres que habían estado sentadas a cierta distancia, Verónica, Juana Chusa, María, madre de Marcos, Salomé, mujer de Zebedeo, María Salomé, Salomé de Jerusalen, Susana y Ana, sobrina de San José; Casio y los soldados cerraban la marcha. Se detuvieron a la entrada del jardín de José, que abrieron arrancando algunos palos, que sirvieron después de palancas para llevar a la gruta la piedra que debía tapar el sepulcro. Cuando llegaron a la peña, levantaron el santo Cuerpo sobre una tabla larga, cubierta de una sábana. Las santas mujeres se sentaron en frente de la entrada. Los cuatro hombres introdujeron el cuerpo del Señor, llenaron de aromas una parte del sepulcro, extendieron una sábana sobre la cual pusieron el cuerpo y salieron. Entonces entró la Virgen, se sentó al lado de la cabeza, y se bajó llorando, sobre el cuerpo de su Hijo. Cuando salió de la gruta, Magdalena entró y besó, llorando, los pies sagrados de Jesús; pero habiéndole dicho los hombres que debían cerrar el sepulcro, se volvió con las otras mujeres. Pusieron la tapa de color oscuro, y cerraron la puerta. Todos volvieron a la ciudad.
José y Nicodemus encontraron en Jerusalen a Pedro, a Santiago el Mayor y a Santiago el Menor. Vi después a la Virgen Santísima y a sus compañeras entrar en el Cenáculo; Abenadar fue también introducido, y poco a poco la mayor parte de los Apóstoles y de los discípulos se reunieron en él.
Tomaron algún alimento, y pasaron todavía unos momentos reunidos llorando y contando lo que habían visto. Los hombres cambiaron de vestido, y los vi después, debajo de una lámpara, orar.


PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH - DECIMO TERCERA ESTACION



DECIMO TERCERA ESTACION: JESUS ES BAJADO DE LA CRUZ Y PUESTO EN LOS BRAZOS DE SU MADRE.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.
 
 
El cielo estaba todavía oscuro y nebuloso cuando José y Nicodemus se fueron al Calvario: allí se encontraron con sus criados y las santas mujeres que lloraban sentadas en frente de la cruz. Casio y muchos soldados, fque se habian convertido, estaban a cierta distancia, tímidos y respetuosos. 
José y Nicodemuñs contaron a la Virgen y a Juan todo lo que habían hecho para librar a Jesús de una muerte ignominiosa, y cómo habían obtenido que no rompiesen los huesos del Señor. Entre tanto llegó el centurión Abenadar, y luego comenzaron la piadosa obra del descendimiento de la cruz, para embalsamar el sagrado cuerpo del Señor. Casio se acercó tambíén, y contó a Abenadar la milagrosa curación de la vista. Todos se sentían muy conmovidos, llenos de tristeza y de amor. Nicodemus y José pusieron las escaleras detrás de la cruz, subieron y arrancaron los clavos. En seguida descendieron despacio el santo Cuerpo, bajando escalón por escalón con las mayores precauciones. Fue un espectáculo muy tierno; tenían el mismo cuidado, las mismas precauciones como si hubiesen temido causar algún dolor a Jesús. Todos los circundantes tenían los ojos fijos en el cuerpo del Señor y seguían sus movimientos, levantaban las manos al cielo, derramaban lágrimas y daban señales del más profundo dolor. Todos estaban penetrados de un respeto profundo, hablando sólo en voz baja para ayudarse unos con otros.
Mientras los martillazos se oían, María, Magdalena y todos los que estaban presentes a la crucifixión, tenían el corazón partido. El ruido de esos golpes les recordaba los padecimientos de Jesús; temían oir otra vez el grito penetrante de sus sufrimientos. Habiendo descendido el santo Cuerpo, lo envlovieron y lo pusieron en los brazos de su Madre, que se los tendía poseída de dolor y de amor. Así la Virgen Santísima sostenía por última vez en sus brazos el cuerpo de su querido Hijo, a quien no había podido dar ninguna prueba de su amor en todo su martirio; contempló las heridas, cubrió de ósculos su cara ensangrentada, mientras Magdalena reposaba la suya sobres sus pies.
Después de un rato Juan, acercándose a la Virgen, le suplicó que se separase de su Hijo para que le pudieran embalsamar, porque se acercaba el sábado. María se despidió de Él en los términos más tiernos. Entonces los hombres lo tomaron de los brazos de su madre y lo llevaron a un sitio mas bajo que la cumbre del Gólgota, que ofrecía gran comodidad para hacer el embalsamamiento. Lo hicieron en seguida y envolvieron después el santo Cuerpo en un gran lienzo blanco. Cuando todos se arrodillaron para despedirse de Él, se opró delante de sus ojos un gran milagro: el sagrado cuerpo de Jesús, con sus heridas, apareció representado sobre el lienzo que lo cubría, como si hubiese querido recompensar su celo y su amor, y dejarles un retrato a través de los velos que lo cubrían.
Era un retrato sobrenatural, un testimonio de la divinidad creadora, que residía siempre en el cuerpo de Jesús.
 
PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

 

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH- DUODECIMA ESTACION



DUODECIMA ESTACION: JESUS MUERE EN LA CRUZ.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.
Por la pérdida de sangre el sagrado cuerpo de Jesús estaba pálido, y sintiendo una sed abrasadora, dijo: ``Tengo sed´´. Uno de los soldados mojó una esponja en vinagre, y habiéndola rociado de hiel, la puso en la punta de la lanza para presentarla a la boca del Señor. De estas palabras que dijo recuerdo solamente las siguientes: ``Cuando mi voz no se oiga más, la boca de los muertos hablará´´. Entonces algunos gritaron: ``Blasfemia todavía´´. Mas Abenadar les mandó estarse quietos.
La hora del Señor había llegado: un sudor frío corrió por sus miembros, Juan limpiaba los pies de Jesús con su sudario. Magdalena, partida de dolor, se apoyaba detrás de la cruz. La Virgen Santísima de pie entre Jesús y el buen ladrón, miraba el rostro de su Hijo moribundo. Entonces Jesús dijo: ``¡Todo esta consumado!´´
Después alzó la cabez y gritó en alta voz: ``Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu´´. Fue un grito dulce y fuerte, que penetró el cielo y la tierra: en seguida inclinó la cabeza, y rindió el espíritu.
Juan y las santas mujeres cayeron de cara sobre el suelo. El centurión Abenadar tenía los ojos fijos en la cara ensangrentada de Jesús, sintiendo una emoción muy profunda, cuando el Señor murió, la tierra tembló, abriéndose el peñasco entre la cruz de Jesús y la del mal ladrón.
El último grito del Redentor hizo temblar a todos los que le oyeron.
Entonces fue cuando la gracia iluminó a Abenadar. Su corazón, orgulloso y duro, se partió como la roca del Calvario; tiró su lanza, se dió golpes en el pecho gritando con el acento de un hombre nuevo. ``¡Bendito sea el Dios Todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; éste era justo; es verdaderamente el Hijo de Dios!´´.
Muchos soldados, pasmados al oir las palabras de su jefe, hicieron como él. Abenadar, convertido del todo, habiendo rendido homenaje al Hijo de Dios, no quería estar mas al servicio de sus enemigos. Dio su caballo y su lanza a Casio, el segundo oficial, quien tomó el mando, y habiendo dirigido algunas palabras a los soldados, se fue en busca de los discípulos del Señor, que se mantenían ocultos en las grutas de Hinnón. Les anunció la muerte del Salvador, y se volvió a la ciudad a casa de Pilatos. Cuando Abenadar dio testimonio de la divinidad de Jesús muchos soldados hicieron como él: lo mismo hicieron algunos de los que estaban presentes, y aún algunos fariseos de los que habían venido últimamente.
Mucha gente se volvía a su casa dándose golpes de pecho y llorando. Otros rasgaron sus vestidos, y se cubrieron con tierra la cabeza. Era poco mas de las tres cuando Jesús rindió el último suspiro. Los soldados romanos vinieron a guardar la puerta de la ciudad y a ocupar algunas posiciones para evitar todo movimiento tumultuoso. Casio y cincuenta soldados se quedaron en el Calvario.
PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH- UNDECIMA ESTACION



UNDECIMA ESTACION: JESUS ES CLAVADO EN LA CRUZ.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

Después que los alguaciles extendieron al divino Salvador sobre la cruz, y habiendo estirado su brazo derecho sobre el brazo derecho de la cruz, lo ataron fuertemente; uno de ellos puso su rodilla sobre su pecho sagrado, otro le abiró la mano, y el tercero apoyó sobre la carne un clavo grueso y largo, y lo clavó con un martillo de hierro. Un gemido dulce y claro salió del pecho de Jesús y su sangre saltó sobre los brazos de sus verdugos. Los clavos eran muy largos, la cabeza chata y del diámetro de una moneda mediana, tenían tres esquinas y eran del grueso de un dedo pulgar a la cabeza: la punta salía detrás de la cruz. Habiendo clavado la mano derecha del Salvador, los verdugos vieron que la mano izquierda no llegaba al agujero que habían abierto; entonces ataron una cuerda a su brazo izquierdo, y tiraron de él con toda su fuerza, hasta que la mano llegó al agujero.
Esta dislocación violenta de sus brazos lo atormentó horriblemente, su pecho se levantaba y sus rodillas se estiraban. Se arrodillaron de nuevo sobre su cuerpo, le ataron el brazo para hundir el segundo clavo en la mano izquierda; otra vez se oían los quejidos del Señor en medio de los martillazos. Los brazos de Jesús quedaban extendidos horizontalmente, de modo que no cubrían los brazos de la cruz. La Virgen Santísima sentía todos los dolores de su Hijo: Estaba cubierta de una palidez mortal y exhalaba gemidos de su pecho. Los fariseos la llenaban de insultos y de burlas.
Habían clavado a la cruz un pedazo de madera para sostener los pies de Jesús, a fin de que todo el peso del cuerpo no pendiera de las manos, y para que los huesos de los pies no se rompieran cuando los clavaran.
Ya se había hecho el clavo que debía traspasar los pies y una excavación para los talones. El cuerpo de Jesús se hallaba contraído a causa de la violenta extensión de los brazos. Los verdugos extendieron también sus rodillas atándolas con cuerdas; pero como los pies no llegaban al pedazo de madera, puesto para sostenerlos, unos querían taladrar nuevos agujeros para los clavos de las manos; otros vomitando imprecaciones contra el Hijo de Dios, decían: ``No quiere estirarse, pero vamos a ayudarle´´. Enseguida ataron cuerdas a su pierna derecha, y lo tendieron violentamente, hasta que el pie llegó al pedazo de madera. Fue una dislocación tan horrible, que se oyó crujir el pecho de Jesús, quien sumergido en un mar de dolores, exclamó: ``¡Oh Dios mío! ¡Oh Dios mío!´´. Después ataron el pie izquierdo sobre el derecho, y habiéndolo abierto con una especie de taladro, tomaron un clavo de mayor dimensión para atravesar sus sagrados pies. Esta operación fue la más dolorosa de todas. Conté hasta treinta martillazos. Los gemidos de Jesús eran una continua oración, que contenía ciertos pasajes de los salmos que se estaban cumpliendo en aquellos momentos. Durante toda su larga Pasión el divino Redentor no ha cesado de orar. He oído y repetido con Él estos pasajes, y los recuerdo algunas veces al rezar los salmos; pero actualmente estoy tan abatida de dolor, que no puedo coordinarlos.

El jefe de la tropa romana había hecho clavar encima de la cruz la inscripción de Pilatos. ç
Como los romanos se burlaban del título de Rey de los Judíos, algunos fariseos volvieron a la ciudad para pedir a Pilatos otra inscripción. Eran las doce y cuarto cuando Jesús fue crucificado, y en el mismo momento en que elevaban la cruz, el templo resonaba con el ruido de las trompetas que celebraban la inmolación del cordero pascual.





Los verdugos, habiendo crucificado a Nuestro Señor, alzaron la cruz dejándola caer con todo su peso en el hueco de una peña con un estremecimiento espantoso. Jesús dio un grito doloroso, sus heridas se abrieron, su sangre corrió abundantemente. Los verdugos, para asegurar la cruz, la alzaron nuevamente, clavando cinco cuñas a su alrededor. Fue un espectáculo horrible y doloroso el ver, en medio de los gritos e insultos de los verdugos, la cruz vacilar un instante sobre su base y hundirse temblando en la tierra; mas también se elevaron hacia ella voces piadosas y compasivas. Las voces mas santas del mundo, las de las santas mujeres y de todos aquellos que tenían el corazón puro, saludaron con acento doloroso al Verbo humanado elevado sobre la cruz. Sus manos vacilantes se elevaron para socorrerlo; pero cuando la cruz se hunidó en el hoyo de la roca con grande estruendo, hubo un momento de silencio solemne; todo el mundo parecía penetrado de una sensación nueva y desconocida hasta entonces. El infierno mismo se estremeció de terror al sentir el golpe de la cruz que se hundió, y redobló sus esfuerzos contra ella. Las almas encerradas en el limbo lo oyeron con una alegría llena de esperanza: para ellas era el anuncio del Triunfador que se acercaba a las puertas de la Redención. La sagrada cruz se elevaba por primera vez en medio de la tierra, cual otro árbol de vida en el Paraíso, y de las llagas de Jesús salían cuatro arroyos sagrados para fertilizar la tierra, y hacer de ella el nuevo Paraíso. El sitio donde estaba clavada la cruz era más elevado que el terreno circunvecino; los pies del Salvador bastante bajos para que sus amigos pudieran besarlos. El rostro del Señor miraba al noroeste.

PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH- DECIMA ESTACION



DECIMA ESTACION: JESUS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.


Cuatro alguaciles fueron a sacar a Jesús del sitio en donde lo habían encerrado. Le dieron golpes llenándole de ultrajes en estos últimos pasos que le quedaban por andar, y arrastrándole sobre la elevación. Cuando las santas mujeres vieron al Salvador dieron dinero a un hombre para que le procurase el permiso de dar a Jesús el vino aromatizado de Verónica. Mas los alguaciles las engañaron y se quedaron con el vino, ofreciendo al Señor una mezcla de vino y mirra.
Jesús mojó sus labios, pero no bebió.
En seguida los alguaciles quitaron a Nuestro Seór su capa, y como no podían sacarle la túnica sin costuras que su Madre le había hecho, a causa de la corona de espinas, arranacaron con violencia esta corona de la cabeza, abriendo todas sus heridas. No le quedaba más que un lienzo alrdedor de los riñones. El Hijo del hombre estaba temblando, cubierto de llagas y despedazados sus hombros hasta los huesos.
Habiéndole hecho sentar sobre una piedra le pusieron la corona sobre la cabeza, y le presentaron un vaso con hiel y vinagre; mas Jesús volvió la cabeza sin decir palabra.


PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR ANA CATALINA EMMERICH - NOVENA ESTACION



NOVENA ESTACION: JESUS CAE POR TERCERA VEZ.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

Una vez llegado al Calvario, en la cercanía inmediata del punto en que iba a ser crucificado, Jesús cayó por tercera vez, exhausto y sin arrestos ya para levantarse. 
Se pusieron en marcha, Jesús, doblando bajo su carga y bajo los golpes de los verdugos, subió con mucho trabajo el rudo camino que se dirigía al norte, entre las murallas de la ciudad y el monte Calvario. En el sitio en donde el camino tuerce al meidodía se cayó por sexta vez, y ésta caída fue muy dolorosa. Los malos tratamientos que aquí le dieron llegaron a su colmo. El Salvador llegó a la roca del Calvario, donde cayó por septima vez. Simón Cirineo, maltratado también y agobiado por el cansancio, estaba lleno de indignación: hubiera querido aliviar todavía a Jesús, pero los alguaciles lo echaron, llenándole de injurias. Se reunió poco después a los discípulos.
Echaron también a toda la gente que había venido por mera curiosidad. 
Los fariseos a caballo habían seguido caminos cómodos, situados al lado occidental del Calvario. El llano que hay en la elevación, el sitio del suplicio, es de forma circular y está rodeado de un terraplén cortado por cinco caminos. Estos cinco caminos se hallan en muchos sitios del país, en los cuales se baña, se bautiza, en la piscina de Betesda: muchas pueblos tienen también cinco puertas. Hay en esto una tremenda siginifación profética, a causa de la abertura de los cinco medios de salvación en las cinco llagas del Salvador. 
Los fariseos a caballo se pararon delante de la llanura al lado occidental, donde la cuesta es suave: el lado por donde conducen a los condenados, es áspero y rápido.
Cien soldados romanos se hallaban alrededor del llano. Mucha gente, la mayor parte de baja clase, extranjeros, esclavos, paganos, sobre todo mujeres, rodeaban el llano y las alturas circunvecinas, no temiendo contaminarse. Eran las doce menos cuarto cuando el Señor dio la última cáida y echaron a Simón. Los alguaciles insultando a Jesús, le decían: ``Rey de los judíos, vamos a componer tu trono´´. Pero Él mismo se acostó sobre la cruz y lo extendieron para tomar su medida, en seguida lo condujeron setenta pasos al norte, a una especie de hoyo abierto en la roca, que parecía una cisterna: lo empujaron tan brutalmente, que se hubiera roto las rodillas contra la piedra, si los ángeles no lo hubiesen socorrido. Le oí gemir de un modo que partía el corazón. Cerraron la entrada y dejaron centinelllas. Entonces comenzaron sus preparativos. En medio del llano circular estaba el punto más elevado de la roca del Calvario; era una eminencia redonda, de dos pies de altura, a la cual se subía por escalones. Abrieron en ella tres hoyos, adonde debían plantarse las tres cruces, e hicieron otros preparativos para la crucifixión.


PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR ANA CATALINA EMMERICH- OCTAVA ESTACION



OCTAVA ESTACION: JESUS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALEN.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

 La escolta estaba todavía a cierta distancia de la puerta, situada en la dirección del sudoeste. Al acercarse a la puerta los alguaciles empujaron a Jesús en medio de un lodazal. 
Simón Cirineo quiso pasar por el lado, y habiendo ladeado la cruz, Jesús cayó por cuarta vez. Entonces, en medio de sus lamentos, dijo con voz inteligible: ``¡Ah Jerusalén, cuanto te he amado! ¡He querido juntar a tus hijos como la gallina junta a sus polluelos debajo de sus alas, y tu me echas cruelmente fuera de tus puertas!´´.
Al oir estas palabras, los fariseos le insultaron de nuevo, y pegándole lo arrastraron para sacarlo del lodo. Simón Cirineo se indignó tanto de ver esta crueldad, que exclamó: ``Si no cesáis de insultarle suelto la cruz, aunque me matéis´´. Al salir de la puerta encontraron una multitud de mujeres que lloraban y gemían. Eran vírgenes y mujeres pobres de Belén, de Hebrón y de otros lugares circunvecinos, que habían venido a Jerusalen para celebrar la pascua. Jesús desfalleció; Simón se acercó a Él y le sostuvo, impidiendo así que se cayera del todo. Esta es la quinta caída de Jesús debajo de la cruz. A vista de su cara tan desfigurada y tan llena de heridas, comenzaron a dar lamentos, y según la costumbre de los judíos, le presentaron lienzos para limpiarse el rostro. El Salvador se volvió hacia ellas, y les dijo: ``Hijas de Jerusalen, no lloréis por mi; llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos, pues vendrá un tiempo en que se dirá: ``¡Felices las estériles y las entrañas que no han engendrado y los pechos que no han dado de mamar!´´.
Entonces empezarán a decir a los montes: ``¡Caed sobre nosotros!´´; y a las alturas: ``¡Cubridnos! Pues si así se trata al leño verde, ¿qué se hará con el seco?´´. Aquí pararon en este sitio: los que llevaban los instrumentos de suplicio fueron al monte Calvario, seguidos de cien soldados romanos de la escolta de Pilatos, quien al llegar a la puerta, se volvió al interior de la ciudad.


PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH-SEPTIMA ESTACION




SEPTIMA ESTACION: JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

Jesús había tomado de nuevo la cruz y con ella a cuestas llegó a la cima de la empinada calle que daba a una de las puertas de la ciudad. Allí, extenuado, sin fuerzas, cayó por segunda vez bajo el peso de la cruz.
Faltaba poco para llegar al sitio en que tenía que ser crucificado, y Jesús empeñado en llevar a cabo hasta la meta los planes de Dios, aún logró reunir fuerzas, levantarse y proseguir su camino.

PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH- SEXTA ESTACION






SEXTA ESTACION: LA VERONICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESUS.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

La escolta entró en una calle larga que torcía un poco a la izquierda, y que estaba cortada por otras transversales. Muchas personas bien vestidas se dirigían al templo, pero algunas se retiraban a la vista de Jesús, por el temor farisíaco de contaminarse; otras mostraban alguna compasión. Habían andado unos doscientos pasos desde que Simón ayudaba a Jesús a llevar la cruz, cuando una mujer de elevada estatura y de aspecto imponente, llevando de la mano a una niña, salió de una bella casa situada a la izquierda, y se puso adelante. Era Serafia, mujer de Sirac, miembro del Consejo del Templo, que se llamaba Verónica, de Vera Icon (verdadero retrato), a causa de lo que hizo en ese día. Serafia había preparado en su casa un excelente vino aromatizado, con la piadosa intención de dárselo a beber al Señor en su camino de dolor. Salió a la calle, cubierta de su velo; tenía un paño sobre sus hombros; una niña de nueve años, estaba a su lado, y escondió, al acercarse la escolta, el vaso lleno de vino. Los que iban delante quisieron rechazarla; mas ella se abrió paso en medio de la multitud, de los soldados y de los alguaciles, y llegando hasta Jesús, se arrodilló, y le presentó el paño extendido diciendo: ``Permitidme que limpie la cara de mi Señor´´.
 El Señor tomó el paño, lo aplicó sobre su cara ensangrentada, y se lo devolvió, dándole las gracias. Serafia, después de haberlo besado, lo metió debajo de su capa, y se levantó. La niña levantó tímidamente el vaso de vino hacia Jesús; pero los soldados no permitieron que bebiera. La osadía y la prontitud de esa acción habían excitado un moviento en la multitud, por los que se paró a la escolta como unos dos minutos.


Verónica había podido presentar el sudario. Los fariseos y los alguaciles, irritados de esta parada, y sobre todo, de este homenaje público, rendido al Salvador, pegaron y maltrataron a Jesús, mientras Verónica entraba en sus casa. Apenas había penetrado en su cuarto, extendió el sudario sobre la mesa que tenía delante, y cayó sin conocimiento. La niña se arrodilló a su lado llorando.
Un concocido que venía a verla la halló así al lado de un lienzo extendido, donde la cara ensangrentada de Jesús estaba estampada de un modo maravilloso. Se sorprendió con este espectáculo, la hizo volver en sí, y le mostró el sudario delante del cual ella se arrodilló, llorando y diciendo: ``Ahora lo quiero dejar todo, pues el Señor me ha dado un recuerdo´´. Este sudario era de lana fina, tres veces más largo que ancho y se llevaba habitualmente alrededor del cuello: era costumbre ir con un sudario semejante a socorrer a los afligidos o enfermos, o a limpiarles la cara en señal de dolor o de compasión.
Verónica guardó siempre el sudario a la cabecera de su cama. Después de su muerte fue para la Virgen, y despueés para la Iglesia por intermedio de los Apóstoles.

PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH-QUINTA ESTACION



QUINTA ESTACION: JESUS ES AYUDADO POR EL CIRINEO.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

Llegaron a la puerta de una muralla vieja interior de la ciudad. Delante de ella hay una plaza, de donde salen tres calles. En esa plaza, Jesús,  al pasar sobre una piedra gruesa, tropezó y cayó: la cruz quedó a su lado, y no se pudo levantar. Algunas personas bien vestidas que pasaban para ir al templo, exclamron llenas de compasión: ``¡Ah! ¡El pobre hombre se muere!´´. Hubo algún tumulto: no podían poner a Jesús en pie, y los fariseos dijeron a los soldados: ``No podermos llevarlo vivo, si no buscáis a un hombre que le ayude a llevar la cruz´´. 

Vieron a poca distancia un pagano, llamado Simón Cirineo, acompañado de sus tres hijos, que llevaba debajo del brazo un haz de ramas menudas, pues era jardinero y venía de trabajar en los jardines situados cerca de la muralla oriental de la ciudad. Estaba en medio de la multitud, de donde no podía salir, y los soldados, habiendo reconocido por su vestido que era un pagano y un obrero de la clase inferior, lo llamaron y le mandaron que ayudara al Galileo a llevar su cruz. Primero rehusó, pero tuvo que ceder a la fuerza. Simón sentía mucho disgusto y repugnancia, a causa del triste estado en que se hallaba Jesús, y de su ropa toda llena de lodo. Más Jesús lloraba, y le miraba con ternura. Simón le ayudó a levantarse, y al instante los alguaciles ataron sobre sus hombros uno de los brazas de la cruz. Él seguía a Jesús, que se sentía aliviado de su carga. Se pusieron otra vez en marcha. 
Simón era un hombre robusto, de cuarenta años, sus hijos llevaban vestidos de diversos colores. Dos eran ya crecidos, se llamaban Rufo y Alejandro: se reunieron después a los discípulos de Jesús. El tercero era mas pequeño, y lo he visto con San Esteban, aún niño. Simón no llevó mucho tiempo la cruz sin sentirse penetrado de compasión.

PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

viernes, 18 de abril de 2014

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH-CUARTA ESTACION



  CUARTA ESTACION: JESUS SE ENCUENTRA CON SU MADRE.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

La dolorosa Madre de Jesús había salido de la plaza después de pronunciada la sentencia inicua, acompañada de Juan y de algunas mujeres, había visitado muchoas sitios santificados por los padecimientos de Jesùs; pero cuando el sonido de la trompeta, el ruido del pueblo y la escolta de Pilatos anunciaron la marcha hasta el Calvario, no pudo resistir al deseo de ver todavìa a su Divino Hijo, y pidió a Juan que la condujese a uno de los sitios por donde Jesús debía pasar, se fueron a un palacio, cuya puerta daba a la calle, donde entró la escolta después de la primera caída de Jesús; era, si no me equivoco, la habitación del sumo pontífice Caifás.
Juan obtuvo de un críado o portero compasivo el permiso de ponerse en la puerta con María y los que la acompañaban. La Madre de Dios estaba pálida y con los ojos llenos de lágrimas y cubierta enteramente de una capa parda azulada. Se oía ya el ruido que se acercaba, el sonido de la trompeta, y la voz del pregonero, publicando la sentencia en las esquinas. El criado abrió la puerta, el ruido era cada vez más fuerte y espantoso. Marío oró, y dijo a Juan: ``¿Debo ver este espectáculo? ¿Debo huir? ¿Podré yo soportarlo?´´. Al fin salieron a la puerta, María se paró, y miró; la escolta estaba a ochenta pasos; no había gente delante, sino por los lados y atrás. Cuando los que llevaban los instrumentos de suplicio se acercaron con aire insolente y triunfante, la Madre de Jesús se puso a temblar y a gemir, juntando las manos, y uno de esos hombres preguntó: ``¿Quién es esa mujer que se lamenta?´´, y otro respondió: `` Es la Madre del Galileo´´. Los miserables al oir tales palabras, llenaron de injurias a esta dolorosa madre, la señalaban con el dedo, y uno de ellos tomó en sus manos los clavos con que debían clavar a Jesús en la cruz, y se los presentó a la Virgen en tono de burla.
María miró a Jesús y se agarró a la puerta para no caerse. Los fariseos pasaron a caballo, después el niño que llevaba la inscripción, detrás su Santísimo Hijo Jesús, temblando, doblado bajo la pesada carga de la cruz, inclinando sobre su hombro la cabeza coronada de espinas. Echaba sobre su Madre una mirada de compasión, y habiendo tropezado cayó por segunda vez sobre sus rodillas y sobres sus manos. María, en medio de la violencia de su dolor, no vio ni soldados ni verdugos; no vio más que a su querido Hijo; se precipitó desde la puerta de la casa en medio de los soldados que maltrataban a Jesús, cayó de rodillas a su lado, y se abrazó a Él.

Yo oí estas palabras. ``¡Hijo mío!´´ - ``¡Madre mía!´´. Pero no sé si realmente fueron pronunciadas, o sólo en el pensamiento. Hubo un momento de desorden: Juan y las santas mujeres querían levantar a María. Los alguaciles la injuriaban: uno de ellos le dijo: ``Mujer, ¿qué vienes a hacer aquí? Si lo hubieras educado mejor, no estaría en nuestras manos´´.

Algunos soldados tuvieron compasión. Juan y las santas mujeres la condujeron atrás a la misma puerta, donde la vi caer sobre sus rodillas y dejar en la piedra angular la impresión de sus manos.
Esta piedra, que era muy dura, fue transportada a la primera Iglesia católica, cerca de la piscina de Betesda, en el episcopado de Santiago el Menor. Mientras tanto, los alguaciles levantaron a Jesús y habiéndole acomodado la cruz sobres sus hombros, le empujaron con mucha crueldad para que siguiese adelante.

 
PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
 
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH - TERCERA ESTACION



TERCERA ESTACION: JESUS CAE POR PRIMERA VEZ.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

La calle, poco antes de su fin, tuerce a la izquierda, se ensancha y sube un poco; por ella pasa un acueducto subterráneo, que viene del monte de Sión. Antes de la subida hay un hoyo, que tiene con frecuencia agua y lodo cuando llueve, por cuya razón han puesto una piedra grande para facilitar el paso. Cuando llegó Jesús a este sitio, ya no podía andar; como los soldados tiraban de Él y lo empujaban sin misericordia, cayó a lo largo contra esa piedra, y la cruz cayó a su lado. Los verdugos se pararon llenàndolo de imprecaciones y pegàndole; en vano Jesùs tendìa la mano para que le ayudasen, diciendo: ``¡Ah, presto se acabarà!´´, y rogò por sus verdugos; mas los fariseos gritaron: ``¡Levantadlo, si no morirá en nuestras manos!´´. 
A los dos lados del camino habìa mujeres llorando y niños asustados.
Sostenido por un socorro sobrenatural, Jesùs levantò la cabeza, y aquellos hombres atroces, en lugar de aliviar sus tormentos, le pusieron la corona de espinas.
Habiéndolo levantado, le cargaron la cruz sobre los hombros, y tuvo que ladear la cabeza, con dolores infinitos, para poder colocar sobre su hombro el peso con que estaba cargado.


PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH-SEGUNDA ESTACION



  SEGUNDA ESTACION: JESUS CON LA CRUZ A CUESTAS.
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.
Cuando Pilatos salió del tribunal, una parte de los soldados le siguió, y se formó delante del palacio; una pequeña escolta se quedó con los condenados. Veintiocho fariseos armados vinieron a caballo para acompañar al suplicio a nuestro Redentor. Los alguaciles lo condujeron al medio de la plaza, donde vinieron esclavos a echar la cruz a sus pies. Los dos brazos estaban provisionalemente atados a la pieza principal con cuerdas. Jesús se arrodilló cerca de ella, la abrazó y la besó tres veces, dirigiendo a su Padre acciones de las gracias por la redención del género humano. Los soldados levantaron a Jesús sobre sus rodillas, y tuvo que cargar con mucha pena con esta carga pesada sobre su hombro derecho. Vi ángeles invisibles ayudarle, pues si no, no hubiera podido levantarla. Mientras Jesús oraba, pusieron sobre el pescuezo a los dos ladrones las piezas traversas de sus cruces, atándoles las manos; las grandes piezas las llevaban esclavos. 
La trompeta de la caballería de Pilatos tocó, uno de los fariseos a caballo se acercó a Jesús, arrodillado bajo su carga; y entonces comenzó la marcha triunfal del Rey de los reyes, tan ignominiosa sobre la tierra y tan gloriosa en el cielo. Habían atado dos cuerdas a la punta del árbol de la cruz y dos soldados la mantenían en el aire; otros cuatro tenían cuerdas atadas a la cintura de Jesús. El Salvador, bajo su peso, me recordó a Isaac, llevando a la montaña la leña para su sacrificio. La trompeta de Pilatos dio la señal de marcha, porque el gobernador en persona quería ponerse a la cabeza de un destacamento para impedir todo movimiento tumultuoso. Iba a caballo, rodeado de sus oficiales y de tropa de caballería. Detrás venía un cuerpo de trescientos hombres de infantería, todos de la frontera de Italia y de Suiza. Delante se veía una trompa que tocaba en todas las esquinas y proclamaba la sentencia. A pocos pasos seguía una mulitut de hombres y de chiquillos, que traían cordeles, clavos, cuñas y cestas que contenían diferentes objetos; otros, más robustos, traían palos, escaleras y las piezas principales de las cruces de los dos ladrones. Detrás se notaban algunos fariseos a caballo, y un joven fque llevaba sobre el pecho la inscripción que Pilatos había hecho para la cruz.
Llevaban también en la punta de un palo la corona de espinas de Jesús, que no habían querido dejarle sobre la cabeza mientras cargaba la cruz.
Al fin venía nuestro Señor, los pies desnudos y ensangrentados, abrumado bajo el peso de la cruz, temblando, debilitado por la pérdida de la sangre y devorado de calentura y de sed. Con la mano derecha sostenía la cruz sobre su hombro derecho; su mano izquierda, cansada, hacia de cuando en cuando esfuerzos para levantarse sus largo vestido, con que tropezaban sus pies heridos. Cuatro soldados tenían a grande distancia la punta de los cordeles atados a la cintura; los dos que seguían le empujaban, de suerte que no podía asegurar su paso. A su rededor no había más que irrisión y crueldad; mas su boca rezaba y sus ojos perdonaban. Detrás de Jesús iban los dos ladrones, llevados también por cuerdas. La mitad de los fariseos a caballos cerraba la marcha; algunos de ellos corrían acá y allá para mantener el orden. A una distancia bastante grande venía la escolta de Pilatos: el gobernador romano tenía su uniforme de guerra; en medio de sus oficiales, precedido de un escuadrón de caballería, y seguido de trescientos infantes, atravesó la plaza, y entró en una calle bastante ancha. Jesús fue conducido por una calle estrecha, para no estorbar a la gente que iba al templo ni a la tropa de Pilatos. La mayor parte del pueblo se había puesto en movimiento, después de haber condenado a Jesús. Una gran parte de los judíos se fueron a sus casas o al templo; sin embargo, la multitud era todavía numerosa, y se precipitaban delante para ver pasar la triste procesión. La calle por donde pasaba Jesús era muy estrecha y muy sucia; tuvo mucho que sufrir; el pueblo lo injuriaba desde las ventanas, los esclavos le tiraban lodo y hasta los niños traían piedras en sus vestidos para echarlas delante de los pies del Salvador.



PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.


EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH-PRIMERA ESTACION



PRIMERA ESTACION: JESUS CONDENADO A MUERTE

Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.

Cuando los judíos, habiendo pronunciado la maldición sobre sí y sobre sus hijos, pidieron que esa sangre redentora, que pide misericordia para nosotros, pidiera venganza contra ellos; Pilatos mandó traer sus vestidos de ceremonia, se puso un tocado, en donde brillaba una piedra preciosa y otra capa. 
Estaba rodeado de soldados, precedido de oficiales del tribunal y por delante tenía un hombre que tocaba la trompeta. Así fue desde su palacio hasta la plaza, donde había, enfrente de la columna de la flagelación, un sitio elevado para pronunciar los juicios. Este tribunal se llamaba Gabbata: era una elevación redonda, donde se subía por escalones. 
Muchos de los fariseos se habían ido ya al templo. No hubo mas que Anás, Caifás y otros veintiocho, que vinieron al tribunal cuando Pilatos su puso sus vestidos de ceremonia. Los dos ladrones también fueron conducidos al tribunal, y el Salvador, con su capa colorada y su corona de espinas, fue colocado en medio de ellos. 
Cuando Pilatos se sentó, dijo a los judíos: ``¡Ved aquí a vuestro Rey!´´; y ellos respondieron: ``¡Crucificadlo!´´
``¿Queréis que crucifique a vuestro Rey?´´, volvió a decir Pilatos.
``¡No tenemos más Rey que César!´´ gritaron los príncipes de los sacerdotes. Pilatos no dijo nada más, y comenzó a pronunciar el juicio. Los príncipes de los sacerdotes habían diferido la ejecución de los dos ladrones, ya anteriormente condenados al suplicio de la cruz, porque querían hacer una afrenta más a Jesús, asociándolo en su suplicio a dos malhechores de la última clase. Pilatos comenzó por un largo preámbulo, en el cual daba los nombres más sublimes al emperador Tiberio; después expuso la acusación intentada contra Jesús, que los príncipes de los sacerdotes habían condenado a muerte, por haber agitado la paz pública y violado su ley, haciéndose llamar Hijo de Dios y Rey de los judíos, habiendo el pueblo pedido su muerte por voz unánime.
El miserable añadió que encontraba esa sentencia conforme a la justicia, él, que no había cesado de proclamar la inocencia de Jesús, y al acabar dijo: ´´Condeno a Jesús de Nazareth, Rey de los judíos, a ser crucificado´´; y mandó traer la cruz.

Me parece que rompió un palo largo y que tiró los pedazos a los pies de Jesús. Mientras Pilatos pronunciaba su juicio inicuo, vi que su mujer Claudia Procla le devolvía su prenda y le renunciaba. La tarde de este mismo día se salió secretamente del palacio, para refugiarse con los amigos de Jesús. Ese mismo día, a poco tiempo después, vi a un amigo del Salvador grabar sobre una piedra verdusca, detrás de la altura de Gabbata, dos líneas donde había estas palabras: Judex Injustus, y el nombre de Claudia Procla. Esta piedra se halla todavía en los cimientos de una casa o de una iglesia de Jerusalén, en el sitio donde estaba Gabbata. Claudia Procla se hizo cristiana, siguió a San Pablo, y fue su fiel discípula.

Los dos ladrones estaban a derecha y a izquierda de Jesús: tenían las manos atadas y una cadena al cuello; el que se convirtió después, se mantuvo desde entonces tranquilo y pensativo; el otro, grosero e insolente, se unió a los alguaciles para maldecir e insultar a Jesús, que miraba a sus dos compañeros con amor, y ofrecía sus tormentos por la salvación. Los alguaciles juntaban los instrumentos del suplicio, y lo preparaban todo para esta terrible y dolorosa marcha.
Anás y Caifás habían acabado sus discusiones con Pilatos: tenían dos bandas de pergamino con la copia de la sentencia, y se dirigían con precipitación al templo temiendo llegar tarde.

PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.

JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.

Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.