DÍA 28
DEMOS GRACIAS AL SAGRADO CORAZÓN
POR LOS BENEFICIOS RECIBIDOS EN EL ORDEN DE LA NATURALEZA
DEMOS GRACIAS AL SAGRADO CORAZÓN
POR LOS BENEFICIOS RECIBIDOS EN EL ORDEN DE LA NATURALEZA
I
E
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stos últimos días del mes de Junio los dedicaremos a la
acción de gracias. Nada más digno de un corazón noble que el agradecimiento por
los beneficios recibidos, y por desgracia nada más olvidado por el común de los
cristianos.
Fijémonos hoy únicamente en lo que debemos a Dios en el orden
de la naturaleza. Dones suyos son esta existencia que tengo, y los mil medios
con que su bondad me conserva todos los días y me la embellece. La luz que me
alumbra, el pan que me sustenta, el agua que sacia mi sed, el sueño que repara
mis fuerzas, la creación entera que me rodea, todo ha sido puesto a mi
disposición para que me sirva y me regale y me ayude a la consecución de mi
fin. Si amanece y si anochece, si cambian las estaciones, si da la tierra sus
cosechas, si resplandece en el firmamento el sol, si tiene peces el mar, y
fieras la tierra, y aves el aire, si reinan en todo el orden y la providencia
más admirables, por mí lo hizo, por mí lo ordenó Dios en admirable conjunto.
¿Hay corazón capaz de entonar al Supremo Hacedor el himno
debido a la acción de gracias por tales y tan grandes maravillas? Sí le hay. En
el Sagrado Corazón de Jesús tiene el hombre un medio seguro con que mostrarse
agradecido. ¡Oh supremo dador de todo bien! ¡Lo que nuestra lengua es incapaz
de decirte, lo que nuestro corazón es pequeño para sentir como se debe, por
nosotros te lo canta eternamente y te lo satisface con infinito amor e
infinitas alabanzas el Sagrado Corazón de Jesús! En Él, pues, y por Él, y con
Él te seremos eternamente reconocidos. Mira, Padre celestial, el Corazón de tu
Hijo, y mira en Él la satisfacción por todos tus bienes.
Medítese
unos minutos.
II
Los beneficios de Dios no nos han sido hechos una sola vez
sino que nos siguen, nos rodean, nos acompañan como luminosa atmósfera de amor
en todos los instantes de nuestra vida. No resplandece más fijamente el sol del
día cada mañana en el horizonte, de lo que brilla continuamente sobre mí la
inefable bondad de Dios. Hasta en los males que en su adorable designio permite
su Providencia sobre la tierra, encuentro motivos de agradecimiento. Porque aun
dejando de lado el bien último, a cuyo fin todo está infaliblemente ordenado,
si con esos males yo me uno, como corresponde, a los designios de su soberana
voluntad, ¿cuánta paz y cuánto consuelo derrama su mano sobre cualquiera de mis
tribulaciones? ¿No he comprobado muchas veces la verdad de aquélla expresión de
que nunca se muestra más Padre Dios que cuando nos aflige? Y aun sin eso, ¿no
es verdad que la sola consideración de los muchos males de que me libra cada
día su bondad, exige de mí un continuo y amoroso reconocimiento? La enfermedad
que no tengo, la persecución que no sufro, la privación que no me mortifica,
son beneficios negativos, ¿pero son por eso menos apreciables? ¿Quién sino Dios
tiene extendida como un escudo su mano sobre mí para librarme de tantas
angustias como aquejan a otros hermanos míos?
¡Oh Sagrado Corazón! A Ti agradezco tan inestimables
beneficios, para que me seas ante el Padre celestial de intercesor de este
afectuoso agradecimiento mío. Pase por Ti, Jesús mío, mi gratitud y adquiera en
el encendido fuego de tu Corazón las cualidades que la hagan digna de ser admitida
por el Supremo Dispensador de todos los bienes.
Soy como un niño, Dios mío, te digo con un Profeta; y no sé
hablar de Ti como merecen tu bondad y grandeza. Que hablen por mí los
armoniosos acentos de gratitud y alabanza que salen eternamente del Corazón de
tu Hijo y suplan ellos mi indignidad y cubra mi insuficiencia.
Medítese, y pídase
la gracia particular.
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