EL ALMA EUCARÍSTICA ( I ) P. Antonino Giordano da Castellammare, Capuchino
El alma eucarística lleva siempre a Jesús, no sobre el pecho, sino dentro de él, como copón espiritual y sagrario viviente del Augusto Sacramento. Lo lleva como Dios en su templo, como Rey sobre su trono, como víctima sobre su altar, y como Esposo en su tálamo.
El alma eucarística es amiga y compañera de los Ángeles, con los cuales alaba, adora, bendice y continuamente da gracias a Dios. Junto con los sacerdotes que celebran los divinos misterios, las almas eucarísticas, como todos los corazones amantes de Dios, suplican al Omnipotente permita que las voces humildes del hombre se unan en un mismo coro con las voces inefables de los Ángeles...
¡Dichosas de vosotras, oh almas benditas! Si no hubiera otra razón que os animase a enamoraros de Jesús Sacramentado, bastaría esta: que el amor eucarístico nos hace tan amados del Dios de las victorias, de Aquél que dijo: "Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el Príncipe de este mundo va ser lanzado fuera." (San Juan 12, 31). "En el mundo habéis tenido grandes tribulaciones; pero tened confianza, yo he vencido al mundo." (San Juan 16, 33).
¡Oh Jesús Sacramentado! Tú eres el escudo y el armadura de las almas eucarísticas. ¡Santo Tabernáculo! Tú eres la torre de David y una roca inexpugnable. A ti vuelan y en Ti se refugian las palomas perseguidas, y escondiéndose en los agujeros de tu piedra, oyen que Cristo les dice ánimo, soy yo, no tenéis que temer.
¡De cuántos temores, de cuántas caídas nos libra el recurso al Amigo Sacramentado! ¡Y de cuántas tempestades! ¡Oh Cristo Dios! Tú eres siempre grande y hermoso a mis ojos; mas cuando te veo de pie y sereno en la popa de la barca que peligra en el mar de Genesaret; cuando contemplo que con semblante tranquilo y majestuoso dices cálmate al viento y a la tempestad embravecida sosiégate; cuando los veo callarse al instante y, acariciadores, postrarse a tus pies, y luego a la tempestad seguirse gran bonanza, yo quedo mudo, ¡oh, Señor! Y quedo mudo pensando que eres Tú, el mismo Jesús de entonces, el que viene a reposar, sacramentado, en la pobre barquilla de mi alma; y que cuando los vientos soplan y las tempestades me ponen en peligro de perecer, un solo grito mío, basta para despertarte.
¡Oh felicidad de la Santa Comunión!, ¡oh poder de la oración y de la confianza eucarística! "¿De qué teméis, hombres de poca fe?" (San Mateo 8, 26)
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