sábado, 19 de abril de 2014

EL VIA CRUCIS, RELATADO POR LA BEATA ANA CATALINA EMMERICH- DUODECIMA ESTACION



DUODECIMA ESTACION: JESUS MUERE EN LA CRUZ.
 
Adoramos te, Christe, et benedicimus tibi.
Quia per sanctam crucem, team redemisti mundum.
Por la pérdida de sangre el sagrado cuerpo de Jesús estaba pálido, y sintiendo una sed abrasadora, dijo: ``Tengo sed´´. Uno de los soldados mojó una esponja en vinagre, y habiéndola rociado de hiel, la puso en la punta de la lanza para presentarla a la boca del Señor. De estas palabras que dijo recuerdo solamente las siguientes: ``Cuando mi voz no se oiga más, la boca de los muertos hablará´´. Entonces algunos gritaron: ``Blasfemia todavía´´. Mas Abenadar les mandó estarse quietos.
La hora del Señor había llegado: un sudor frío corrió por sus miembros, Juan limpiaba los pies de Jesús con su sudario. Magdalena, partida de dolor, se apoyaba detrás de la cruz. La Virgen Santísima de pie entre Jesús y el buen ladrón, miraba el rostro de su Hijo moribundo. Entonces Jesús dijo: ``¡Todo esta consumado!´´
Después alzó la cabez y gritó en alta voz: ``Padre mío, en tus manos encomiendo mi espíritu´´. Fue un grito dulce y fuerte, que penetró el cielo y la tierra: en seguida inclinó la cabeza, y rindió el espíritu.
Juan y las santas mujeres cayeron de cara sobre el suelo. El centurión Abenadar tenía los ojos fijos en la cara ensangrentada de Jesús, sintiendo una emoción muy profunda, cuando el Señor murió, la tierra tembló, abriéndose el peñasco entre la cruz de Jesús y la del mal ladrón.
El último grito del Redentor hizo temblar a todos los que le oyeron.
Entonces fue cuando la gracia iluminó a Abenadar. Su corazón, orgulloso y duro, se partió como la roca del Calvario; tiró su lanza, se dió golpes en el pecho gritando con el acento de un hombre nuevo. ``¡Bendito sea el Dios Todopoderoso, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob; éste era justo; es verdaderamente el Hijo de Dios!´´.
Muchos soldados, pasmados al oir las palabras de su jefe, hicieron como él. Abenadar, convertido del todo, habiendo rendido homenaje al Hijo de Dios, no quería estar mas al servicio de sus enemigos. Dio su caballo y su lanza a Casio, el segundo oficial, quien tomó el mando, y habiendo dirigido algunas palabras a los soldados, se fue en busca de los discípulos del Señor, que se mantenían ocultos en las grutas de Hinnón. Les anunció la muerte del Salvador, y se volvió a la ciudad a casa de Pilatos. Cuando Abenadar dio testimonio de la divinidad de Jesús muchos soldados hicieron como él: lo mismo hicieron algunos de los que estaban presentes, y aún algunos fariseos de los que habían venido últimamente.
Mucha gente se volvía a su casa dándose golpes de pecho y llorando. Otros rasgaron sus vestidos, y se cubrieron con tierra la cabeza. Era poco mas de las tres cuando Jesús rindió el último suspiro. Los soldados romanos vinieron a guardar la puerta de la ciudad y a ocupar algunas posiciones para evitar todo movimiento tumultuoso. Casio y cincuenta soldados se quedaron en el Calvario.
PADRE NUESTRO, AVE MARIA Y GLORIA.
JESÚS, pequé: Ten piedad y misericordia de mí.
Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz. Amén, Jesús.

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