SANTO PÍO DE PIETRELCINA (1887-1968)
El Padre Pío escribía al Padre
Agostino: ¿Qué es este fuego que me llena e inflama
totalmente?
Padre mío, si Jesús nos hace tan felices en la tierra,
¿cómo será
el cielo?
A veces,
me pregunto si habrá almas que no sientan inflamar su corazón, sobre todo, cuando
están delan-
te del Santísimo Sacramento.
Una vez le dijo el Señor:
¡Con
cuánta ingratitud me pagan los hombres!
¿Hubiera sido
menos ofendido, si los hubiera amado menos? Yo querría dejar de amarlos, pero mi
Corazón
está hecho para amar… Me dejan solo de noche
y también de día en las
iglesias. No se dan cuenta
de que estoy en el sacramento del altar.
Pocos hablan de esto y
los que hablan, lo hacen con indiferencia o frialdad.
Y dice: Lo que más me afecta
es el pensamiento de Jesús sacramentado. El corazón se
siente atraído por una fuerza superior antes de unirse a Él en la comunión cada mañana.
Tengo tal hambre y sed, antes de recibirlo, que poco me falta para morir... Y esta
hambre y sed, en vez de apagarse cuando lo recibo, se aumenta más.
El día 23 de agosto de 1912
recibió la gracia de la transverberación:
Estaba en la iglesia en la
acción de gracias después de la misa, cuando, inesperadamente, de golpe,
sentí que me
herían el corazón con un dardo de fuego, tan vivo y ardiente, que creía morirme. Me
faltan palabras adecuadas para hacer comprender la intensidad de esta
llama; me es del
todo imposible expresar esto. ¿Me lo podría creer? El alma, víctima de este
consuelo, queda muda. Me parecía como si una fuerza invisible me sumergiese todo en fuego.
¡Dios mío! ¡Qué fuego! ¡Qué dulzura! He sentido muchas veces estos transportes de
amor y, por cierto, durante ellos he permanecido como fuera de este mundo; pero, en
otras ocasiones, este fuego ha sido menos intenso; esta vez, por el contrario, ha
sido tan vehemente, tan fuerte, que, un instante más, y mi alma se hubiera separado del
cuerpo.
Y escribía a su hija espiritual
Sor Rafaelina Cerase:
¡Qué exceso de amor y de humildad en
Jesús al haberle pedido al Padre poder permanecer con nosotros todos los
días hasta el
fin del mundo! Y ¡qué exceso de amor también del Padre que, viendo cómo lo tratan tan
mal a su divino Hijo en este sacramento del amor, permite que siga
permaneciendo
entre nosotros y recibiendo nuevas injurias! ¿Cómo permites, oh Padre, que vuestro Hijo
sea recibido sacrílegamente por tantos cristianos indignos?
Padre, no puedo pedirte
que lo saques de en medio de nosotros, ¿cómo podría yo, débil y flaco,
vivir sin este
alimento eucarístico?
Y decía: Mil años de gozar la
gloria humana, no vale tanto como pasar una hora en dulce comunión con Jesús en el
Santísimo Sacramento.
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