martes, 16 de abril de 2013

TESTIMONIO DEL SANTO PADRE PIO SOBRE LA EUCARISTÍA



SANTO PÍO DE PIETRELCINA (1887-1968)

El Padre Pío escribía al Padre Agostino: ¿Qué es este fuego que me llena e inflama totalmente? 
Padre mío, si Jesús nos hace tan felices en la tierra, 
¿cómo será el cielo? 
A veces, me pregunto si habrá almas que no sientan inflamar su corazón, sobre todo, cuando están delan-
te del Santísimo Sacramento.

Una vez le dijo el Señor: 
¡Con cuánta ingratitud me pagan los hombres!
¿Hubiera sido menos ofendido, si los hubiera amado menos? Yo querría dejar de amarlos, pero mi Corazón 
está hecho para amar… Me dejan solo de noche 
y también de día en las iglesias. No se dan cuenta 
de que estoy en el sacramento del altar. 
Pocos hablan de esto y los que hablan, lo hacen con indiferencia o frialdad.

Y dice: Lo que más me afecta es el pensamiento de Jesús sacramentado. El corazón se siente atraído por una fuerza superior antes de unirse a Él en la comunión cada mañana. Tengo tal hambre y sed, antes de recibirlo, que poco me falta para morir... Y esta hambre y sed, en vez de apagarse cuando lo recibo, se aumenta más.

El día 23 de agosto de 1912 recibió la gracia de la transverberación: 
Estaba en la iglesia en la acción de gracias después de la misa, cuando, inesperadamente, de golpe,
sentí que me herían el corazón con un dardo de fuego, tan vivo y ardiente, que creía morirme. Me faltan palabras adecuadas para hacer comprender la intensidad de esta
llama; me es del todo imposible expresar esto. ¿Me lo podría creer? El alma, víctima de este consuelo, queda muda. Me parecía como si una fuerza invisible me sumergiese todo en fuego. ¡Dios mío! ¡Qué fuego! ¡Qué dulzura! He sentido muchas veces estos transportes de amor y, por cierto, durante ellos he permanecido como fuera de este mundo; pero, en otras ocasiones, este fuego ha sido menos intenso; esta vez, por el contrario, ha sido tan vehemente, tan fuerte, que, un instante más, y mi alma se hubiera separado del cuerpo.

Y escribía a su hija espiritual Sor Rafaelina Cerase: 
¡Qué exceso de amor y de humildad en Jesús al haberle pedido al Padre poder permanecer con nosotros todos los
días hasta el fin del mundo! Y ¡qué exceso de amor también del Padre que, viendo cómo lo tratan tan mal a su divino Hijo en este sacramento del amor, permite que siga
permaneciendo entre nosotros y recibiendo nuevas injurias! ¿Cómo permites, oh Padre, que vuestro Hijo sea recibido sacrílegamente por tantos cristianos indignos? 
Padre, no puedo pedirte que lo saques de en medio de nosotros, ¿cómo podría yo, débil y flaco,
vivir sin este alimento eucarístico?

Y decía: Mil años de gozar la gloria humana, no vale tanto como pasar una hora en dulce comunión con Jesús en el Santísimo Sacramento.

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