Yo Soy la Madre de La Eucaristía
En la Eucaristía Jesús está realmente presente con su Cuerpo, con su Sangre, con su Alma y con su Divinidad.
En la Eucaristía está realmente presente Jesucristo, el Hijo de Dios, aquel Dios que, en El, yo he visto en cada momento de su vida terrenal, aunque estuviese oculto bajo el velo de una naturaleza frágil y débil, que se desarrollaba a través del ritmo del tiempo y de su crecimiento humano.
Con un acto continuo de fe, en mi Hijo Jesús, yo siempre veía a mi Dios y con profundo amor lo adoraba.
Lo adoraba cuando todavía estaba custodiado en mi seno virginal, como un pequeño brote y lo amaba, lo alimentaba, lo hacía crecer, dándole mi misma sangre y mi misma carne.
Lo adoraba después de su Nacimiento, contemplándolo en la pesebrera de una gruta pobre y sin adorno.
Adoraba a mi Dios en el Niño Jesús que crecía, en el adolescente que se desarrollaba, en el Joven que se inclinaba en el trabajo de cada día, en el Mesías que cumplía con su pública misión.
Lo adoraba cuando era rechazado, cuando era traicionado, abandonado de los suyos y repudiado.
Lo adoraba cuando era condenado y ofendido, cuando era flagelado y coronado de espinas, cuando era llevado al patíbulo y crucificado.
Lo adoraba bajo la Cruz, en acto de inefable sufrimiento, y mientras era llevado al sepulcro y colocado en su tumba.
Lo adoraba después de su Resurrección cuando, por primero, se me apareció en el resplandor de su Cuerpo glorioso y en la luz de su Divinidad.
Hijos amados, por un Milagro de Amor, que solo en el Paraíso lograréis entender, Jesús os ha hecho el don de permanecer siempre entre vosotros en la Eucaristía.